En la vorágine de movimientos artísticos que tuvo lugar el siglo XX hubo uno que fue breve en el tiempo pero intenso por su impacto en estilos posteriores: la pintura metafísica. De todos los artistas que formaron parte de ella su mayor exponente es Giorgio de Chirico (Grecia, 1888 – Italia, 1978).
Sus obras destacan por reflejar composiciones con elementos dispares como esculturas griegas, maniquís de madera o trenes humeantes pero que en conjunto muestras escenarios con un gran poder de magnetismo incluso para las personas más conservadoras en gustos artísticos. Aunque los críticos y los historiadores de arte que han escrito libros o artículos sobre Chirico afirmen que sus lienzos simbolizan momentos cruciales en la vida del pintor (¡qué casualidad!), su pintura nos invita a perdernos en sus paisajes, usando la imaginación para crear una historia que relacione entre sí a sus habitantes, provocando un estado profundo de tranquilidad o de agitación según la conexión que consiga con quien observe sus lienzos. Como conclusión cabe mencionar las palabras del propio creador acerca de su obra:
Para hacerse realmente inmortal, una obra de arte debe escapar de todos los límites humanos: la lógica y el sentido común solo serán un obstáculo. Pero una vez que estas barreras se han roto, se entrará en los reinos de las visiones y los sueños de la niñez. Pinto lo que yo veo con mis ojos cerrados.



Además de su obra plástica, también dejó una novela titulada Hebdómeros y su autobiografía, Memorias de mi vida.
One Comment
Anaís
Super interesante el post!!!